La infancia es un periodo de desarrollo y de alta vulnerabilidad a riesgos físicos y psicosociales, así como una etapa de buena respuesta a factores protectores. Una menor exposición a los factores de riesgo sociales y una potenciación de los factores protectores mejora la salud mental de los niños. Por ello, es importante actuar desde entonces para el correcto desarrollo del infante.
Diferentes estudios señalan que el 50% de los trastornos mentales durante la edad adulta han tenido su inicio en la infancia y en la adolescencia. Por este motivo, la población infantojuvenil es un grupo diana para las actuaciones preventivas y asistenciales de salud mental.
La OMS señala que la salud mental es “un estado de bienestar en el cual el individuo se da cuenta de sus propias aptitudes, puede afrontar las presiones normales de la vida, puede trabajar productiva y fructíferamente y es capaz de hacer una contribución a su comunidad”. Siguiendo esta definición, se considera la salud mental como un conjunto de factores biológicos, psicológicos y sociales que interactúan entre sí y que pueden actuar como factores de riesgo o protectores en la aparición de un trastorno mental. La autoestima y las habilidades sociales, por ejemplo, son un factor protector mientras que una autoestima baja y la presencia de dificultades relacionales son un factor de riesgo. En este sentido, carecer de habilidades sociales favorece la aparición de comportamientos disfuncionales en los diferentes ámbitos de la vida del niño y, en la adolescencia, puede propiciar la cristalización de trastornos psicológicos. Comportamientos como disfrutar gran parte del tiempo de ocio en la televisión o videojuegos dificulta el desarrollo de dichas habilidades y, por tanto, ser un factor de riesgo para la aparición de problemas psicológicos.
En torno a un 20% de los niños y adolescentes sufren un trastorno mental y en los últimos años se está viendo una creciente incidencia y prevalencia de los trastornos mentales en la población infantil. Trastornos de conducta, problemas de ansiedad, TDAH, trastornos generalizados del desarrollo y dificultades en el control de impulsos son los trastornos más frecuentes de esta población. El diagnóstico e intervención temprana puede prevenir un mal pronóstico y la posterior cronicidad de la enfermedad. Resulta necesario reconocer la importancia de la salud mental de los niños como aspecto clave para garantizar el bienestar y calidad de vida de estos, además de ser un factor protector para la posterior aparición de enfermedades mentales durante la vida adulta.